Acaba de ocurrir uno de esos pequeños hechos que uno se siente tentado de calificar como providenciales: una de esas casualidades que parecen a propósito, como si un dios menor se hubiera entretenido por un segundo dándonos lo que necesitamos en el instante exacto en que empezamos a necesitarlo. El hecho en sí no tiene importancia alguna y es más bien pavote, pero me hizo acordar a Paul Auster, que murió hace pocos días y que vio en la coincidencia feliz una semilla de literatura. Me acordé de las casualidades compiladas en El cuaderno rojo pero también las hay en otras obras suyas, como la monumental Trilogía de New York.
Este envío no es sobre Paul Auster, no tiene nada que ver con Paul Auster, pero como ocurrió esta coincidencia que me lo trajo a la mente, quería recordarlo acá, con el cariño que les tenemos a los maestros.
Este envío sí es sobre el movimiento. Estuve pensando en el concepto de movimiento porque últimamente estoy sintiendo que me falta.
El último envío de esta newsletter se tituló “Mudanzas”. Hablaba de una mudanza concreta (de un departamento a otro) pero también relevaba y anticipaba cambios, alteraciones, es decir mudanzas en la realidad de todos, para los meses que se venían. Lo que era obvio, aunque me quedé corto en mis previsiones. También decía que la newsletter me podía servir como excusa o empujón para escribir más. Y acá estoy, varios meses después. Spoiler alert: no fue así, no escribí (por fuera de la escritura que necesariamente implica mi trabajo) casi nada.
Como a todos, me sobran excusas: trabajo fijo, trabajo temporal, una miríada de tareas diarias que ocupan mi atención. Son, como acabo de decir, excusas. La realidad es que me atrapó un estado de parálisis creativa (pero no sólo creativa) del que me está costando salir.
No es la primera vez que me pasa. Y tampoco es difícil identificar los motivos. La vez anterior fue en el inicio del gobierno de Mauricio Macri. El cambio de panorama me dejó descolocado e imposibilitado de producir un discurso coherente, de decidir una forma de, al menos, dar cuenta de ese estado de cosas.
Botón de muestra: En los primeros meses de 2016 viajé de Longchamps (donde estaba viviendo) a la Capital Federal para participar de una charla que se organizó para empezar a definir algún atisbo de resistencia desde el campo cultural. Fui solo, no conocía a nadie; todos los demás parecían conocerse entre sí, se saludaban, saludaban a los organizadores. Yo, quietito en mi silla. Se habló durante una hora o menos; después me fui, sin haber sacado mucho en limpio, a tomar el subte y el tren de vuelta a Longchamps.
De esa parálisis empecé a salir recién un año después con lo que (un año y medio más tarde, ya casi sobre el final del macrismo) se convertiría en furiarreciente, mi primer libro de poesía, dedicado enteramente a reflejar la absurda condición de esos años. Un remolino vertiginoso de mediocridad, cinismo, violencia, pauperización y ridiculez, en el que asomaban también, por supuesto, movimientos de resistencia, concretos y punzantes, no atrapados en la nebulosa que me había envuelto.
Escribí “movimientos de resistencia”, que es un poco la idea que me llevó a empezar a escribir esto que estás leyendo ahora. No estoy hablando de movimientos políticos, sino de algo mucho más primario y espontáneo: del acto mismo de moverse, de hacer algo en contra de eso que estaba pasando.
Moverse no significa necesariamente resistir. Es más, una roca resiste el embate del agua (o una pared mis intentos de empujarla) precisamente quedándose quieta, incólume ante la fuerza que se le opone. Pero no quiero divagar. La parálisis es falta de movimiento pero también, consecuentemente, necesidad de movimiento: si estamos quietos es porque tenemos que empezar a movernos. Así estoy yo ahora, otra vez. Me siento aplastado por la inercia mientras a mi alrededor las cosas se mueven demasiado rápido (podría decir: se van velozmente a la mierda).
Por suerte hay gente que se mueve y que lo empuja a uno a moverse. Lo poco que escribí en este tiempo se debe a empujoncitos que me dio otra gente. Ceci, que está haciendo taller, me propuso que trabajáramos los dos sobre una misma consigna, y de ahí salió un cuento que me gusta bastante. Y también están los jóvenes guerreros culturales de Trafkintu, que a propósito del 24 de marzo, con todo lo que la fecha tuvo de singular este año, convocaron a participar de una Antología por la Memoria. Yo había escrito ya un par de poemas, en diciembre, con el proyecto de retomar aquella otra iniciativa y hacer una especie de furiarreciente 2 que pensaba titular furiamás, pero la parálisis fue más fuerte y no pasé de ahí. Ahora, sin embargo, me estaban invitando a participar de esa antología y cómo iba a decir que no. La invitación me arrancó del letargo y escribí un poema, “Vicky”, que podés encontrar en el volumen, ya publicado en formato electrónico acá (cuesta $1, lo que creo que se debe a que una cuestión técnica impide que se lo pueda poner gratis).
Es un inicio. Quizás estoy condenado a moverme sólo cuando me empujan. Por otra parte, en el copete de este envío dice “Contra la inercia” pero, en rigor, la inercia se puede aprovechar también. La inercia no es solamente la tendencia a quedarte quieto cuando estás quieto; es también la tendencia a seguir moviéndote cuando ya te estás moviendo. Entonces la cosa se reduce a arrancar y no frenar. Puesto de esa manera, no suena tan terrible.
(Sospecho que la mayoría de los lectores de esta newsletter, en este punto, ya se aburrieron y se fueron. Qué va a ser, es la inercia también: ahora que me largué a contar esto…)
Hablé de moverse, de ponerse a hacer algo, pero también nombré la idea de los movimientos políticos y de resistencia y en definitiva, arranqué mencionando las mudanzas, que son movimientos de un lugar a otro [en inglés, el verbo que se usa para “mover(se)” y el que se usa para “mudar(se)” son el mismo verbo: to move]. En todos los casos se trata de movimientos voluntarios. Pero también hay movimientos involuntarios: la caída, por ejemplo. Y están los movimientos internos del cuerpo, sobre los que no tenemos control. La circulación de la sangre, las vibraciones del ojo, los movimientos intestinales (que a lo mejor metaforizan bien el momento actual: Javier Milei y todo su séquito como excrecencia del sistema político, aquello que debió ser contenido pero terminó brotando por falta de un ajuste adecuado: falló el esfínter). El rasgo de la época consiste en rechazar la quietud y cuando alguien te dice que si te quedás quieto estás retrocediendo, ese alguien está repitiendo el mantra oficial, propagando el dogma de la iglesia del capitalismo. Pero también hay movimiento en la reflexión serena: esos destellos dentro del cerebro, esas sinapsis que se activan y mueven la información de un lado a otro, que encuentran relaciones, que producen ideas nuevas o desentierran ideas olvidadas.
Con todo esto te imaginarás que la consigna que pensé para esta ocasión (porque había prometido incluir un disparador para la escritura en cada envío de la newsletter) tiene que ver con el movimiento o la falta de él. Pero no. Te invito a que escribas lo que quieras, literalmente cualquier cosa, sobre el contexto en que estamos inmersos: sobre todo esto que está pasando y que es, sí, tan móvil, y tan terrible. O a lo mejor no, a lo mejor para vos es lo contrario: un momento de felicidad y de esperanza. Vale también, por supuesto. La cosa es escribir.
A falta de grandes novedades en lo que tiene que ver con la escritura, quiero recomendarte cosas que leí y vi en estos meses. Entre las lecturas se destaca La naturaleza secreta de las cosas de este mundo, un libro de Patricio Pron que me partió la cabeza, no porque sea demasiado volado, sino más bien por lo contrario: es un libro tan cercano a lo táctil de la realidad, desmenuza con tanto detalle las actividades, relaciones y aspiraciones humanas, que me resultó fascinante, y a veces revelador. También leí Habitaciones, una novela que sospecho altamente autobiográfica de Emma Barrandéguy: a caballo entre la ficción y el ensayo, el libro, escrito a mediados del siglo pasado (así lo afirman la contratapa y el prólogo de María Moreno, aunque algunas fechas no me cierran), ofrece una mirada a la vida de una mujer que parece desenvolverse con soltura frente a los tabúes y las reconvenciones de su época. Es de esos libros que me hacen pensar que la vida interior de las mujeres es mucho más rica que la de los hombres. Aunque quizá sea un efecto de escritura.
No puedo dejar de recomendarte tampoco Incendios, una película de Denis Villeneuve, a quien conocemos por superproducciones de ciencia ficción (Blade Runner 2049, Dune en dos partes y antes de eso, la joyita de Arrival), pero que allá por 2010 demostró ser un realizador del carajo con este filme que no tiene nada de ciencia ficción ni de fantasía, que transcurre entre Canadá y un país innominado de Medio Oriente (que, dicen, aparentemente sería el Líbano) y que TE VA A VOLAR LA PELUCA. Haceme caso, está en Mubi y es imperdible.
Con Ceci nos dedicamos, además, a mirar buena parte de las películas que estuvieron nominadas a los principales rubros de los Oscar. Y de entre ellas nos gustó especialmente la francesa Anatomía de una caída. Lo que dije del libro de Pron acá se aplica un poco también: a través de un juicio por presunto homicidio lo que se juzga son más bien los matices y equívocos de una relación de pareja, el grado de autenticidad que puede o no tener una afirmación cualquiera, y hasta la capacidad del idioma para expresar lo que es necesario expresar en diferentes contextos, o traducir lo que en la propia lengua se presenta como verdadero. Sandra Hüller es extraordinaria: su actuación ambigua, intensa y contenida a la vez, es perfecta para la historia que se está contando. (Se me viene a la cabeza otra que vimos el año pasado, Saint Omer, que también se centra en un juicio por homicidio a una mujer, que también examina los puntos de vista contradictorios sobre una determinada situación y que, aunque no nos gustó tanto, cuenta con una actuación impecable de Guslagie Malanda y un planteo más que interesante. Eso sí, la actriz protagónica parece estar en coma durante toda la peli.)
Bueno, no tengo mucho más que decir por ahora. Espero que estés bien, que hayas estado bien en estos meses. Y que nos veamos (es un decir) más seguido.
Te dejo con Lauphan. ¡Hasta la próxima!